Ad Kalendas Graecas

Arturo Trigo

A PRIORI
El que suscribe no sabe de censuras, ni de imposiciones. Ni le afectan las ajenas opiniones sobre la conveniencia o no de callar la boca. 
Por otro lado, no le mueve más ambición, al hacer lo contrario, que decir lo que piensa sin hacer daño.
Espera, por tanto, que nadie se sienta aludido en su persona, ni sirvan sus palabras para escarnio de propios o extraños.
Y pese a que su intención no sea el escarnio, empero, así alguien lo sintiere, quede claro que darse por aludido es revelarse culpable de lo que fuere.
Que nadie espere que lo aquí dicho sufra más enmienda de aquella que la verdad y la buena educación aconsejen, ni que cese el empeño de quien suscribe en contar lo que le interese.
Y si alguien está pensando ¿cuándo callará éste? Este contesta: cuando las ranas crien pelos. 
Esto es, ad kalendas graecas…

Fría desventura que cala hasta los huesos los apelmazados diarios de barrio.

Hay la suerte incierta de los descampados moteados de flores de sangre y esmeraldas rotas y detritus que descomponen por moléculas el aire mil veces expirado de renegridos escapes y plazos impagados

Naturaleza heroica resistente en verdes trazos inconexos al páramo semi urbanizado de los lodazales helados

La noche alógena se rompe en gritos de perros asalvajados y se destrozan niños a caballo de papeles plegados

El sueño exiguo y quebrado de los condenados

Sonambulismo prematuro de sirenas y espectros demacrados

Comitiva de sombras

Imperativo desfile suburbano

Enfermos de sueño

Callados de miedo

Tristes de muerte

En vida

Todos los fantasmas que habitan la noche negra de mis palabras

La cima agreste del mundo, que ladra 

La mirada lejana y nublada, perturbadora avanzada de seres que mutan y se remontan alimañas 

Venís a buscar lo que siempre fue nuestro 

Lo que nunca supimos 

Si estáis aquí no tenemos nada

Aquí están los duelos de los muertos sin alma, velatorios de espejos sin cara 

Indisciplina de cristales rotos y algoritmos vacíos de esperanza 

Tenaz sumisión de albedrío 

Futilidad de la abundancia

Indisposición de la alegría 

Estúpida pasión ultra procesada 

Los ecos de las disputas necesarias y los llantos de plañideras que enraízan las laderas de pies desnudos, de luces costeras que se apagan hasta heladas regiones que habita la nada. 

La nada nos queda 

Ni la palabra que nadie escucha

Se equivoca en mi opinión cualquiera -azul, rojo o de cualquier otro color- que pronuncie el nombre de España convencido de tener razón, pues es sabido que, cuando un español arenga, lo hace siempre en contra de otro español. 

Porque siempre hay una España segura del deber de sacar a otra de su error. Aunque sea por la fuerza. 

Por eso recelo siempre de quien pone el nombre de España entre signos de admiración. 

Si queremos llegar un día a entendernos, a convivir con nuestras diferencias en paz, sin violencia, sin ruido, ni sobreactuación, deberíamos en primer lugar abandonar cualquier tentativa de querer tener razón.

Abjurar solemnemente de la razón, habida cuenta del vergonzoso historial de cainismo que nos avala en el sempiterno empeño de querer imponérsela a los demás y dedicarnos con entusiasmo solamente a hacer aquello que, como un solo pueblo, se nos dé mejor. Sea lo que sea o por banal que nos pueda parecer. 

Por dar yo el primer paso, no me importa darle una alegría al espíritu de la calle Ponzano, sumándome a su alcoholismo libertario, tan castizo, si afirmo que el bebercio es uno de los lugares comunes donde la mayoría social de este país se retrata sin diferencia alguna y sin recato, para regocijo de comerciantes y asesores de presidentas regionales. 

Así que quizás, más que andar por ahí levantando banderas, brazos extendidos o puños cerrados, deberíamos alzar todos nuestros vasos y brindar por la concordia nacional. Darnos permanentemente a la bebida por tan alto ideal. 

Al final, se trata de encontrarnos, aunque sea en los defectos ya que en las virtudes no nos sale. Y mañana Dios dirá. 

Pero si nos ponemos a ello, hagámoslo bien de verdad y mezclémonos todos en una sola turba beoda y cuñadista, procurando perder la compostura y olvidarnos de cualquier consigna. 

Desinhibirse y estrechar distancias hasta sorprendernos abrazados unos a otros y dejarse embargar por emociones completamente nuevas, sensuales, excitantes, morbosas... 

Mirar de reojo a quien ya no sentimos como contrario, mientras entonamos el himno del Principado -que, al parecer, es el único que nos sale a todos espontáneo- y descubrir el brillo cercano de unos ojos que ya no intimidan, sino que invitan a intimar. 

La creciente atracción de unos labios húmedos y entreabiertos que ya no amenazan de exabruptos, sino con la posibilidad de besar. 

La caricia en la espalda al paso de los dedos que la recorren traviesos sin tentación alguna ya de apuñalar, sino buscándonos el trasero. 

Deshacerse de las ajustadas hechuras de la razón -la nuestra, sí- y sentir con alivio su pérdida deslizándose pantorrilla abajo con la ropa interior. 

Desnudos los otros también de convencionalismos, borrachos todos de incorrección. A cuál más distinto, a cuál más tentador. Todos igual de salidos y embebidos de pasión. 

Qué sueño tan maravilloso. Todo un país dedicado al júbilo y al amor. 

Y qué decepción, al contemplarnos a todos felices, la de quienes alientan las diferencias para que hagamos en su nombre la guerra al vecino. 

Y ya puestos, por qué no seguir soñando. Por qué no mandarlo todo a la mierda y negarse a volver a la realidad cuando suene el móvil o el despertador. 

Darse la vuelta y abrazarse de nuevo a quien sea bajo el edredón y en una gran resaca nacional, dejar plantada a la explotación. 

A los verdaderos culpables de tanto sindiós. A los que nos roban la vida y nos ponen en las manos las banderas del miedo, para seguir enriqueciéndose a costa de nuestro sudor. 

A los exégetas de la excelencia, la resiliencia y el esfuerzo, que no han levantado en su vida una paja del suelo, ni saben lo que es un madrugón. 

Los consejos de administración que mandan en la sombra y que compran, políticos, funcionarios y contertulios; magistrados que imparten la justicia de su conveniencia. 

Los que alientan el odio e inventan las diferencias. 

Los que prostituyen a la razón, para que tú pagues el alto precio de creer poseerla.

La mañana del 12 de abril de 1945, en su imparable avance hacia un Berlín cada vez más desesperado, las tropas aliadas liberaron el campo de exterminio de Auschwitz.

Cuentan que, al comprobar in situ el ingente horror de la barbarie nazi, el general Eisenhower ordenó que todo se fotografiara y se filmara con el máximo detalle, no fuera que “algún día, en el correr del tiempo, algún bastardo diga que esto no ocurrió realmente”.

Gracias a este momento de histórica clarividencia, hoy disponemos de material más que suficiente para respaldar el hecho frente a la fragilidad de la memoria. Aún así, no ha faltado algún que otro bastardo -que diría Eisenhower- que ha intentado blanquear aquel horror o banalizarlo, tergiversando la historia.

Ike, como era conocido familiarmente entre sus subordinados, sabía muy bien que la memoria resiste mal el paso del tiempo y que el olvido es el abono que hace proliferar la mala hierba del revisionismo, que envenena la paz y la convivencia y alimenta la cizaña populista.

Todo esto se me viene a la cabeza mientras me crece la náusea que me provocan desde sus púlpitos cargados de abyección y falsedades los revisionistas de la nueva extrema derecha española -o bastardos, que diría Eisenhower- cuando banalizan el franquismo y calumnian y humillan a las víctimas de genocidio español, muy particularmente a Las Trece Rosas. 

La razón de que Ortega Smith y otros modernos revisionistas -los bastardos a los que se refería Eisenhower- vengan ahora a emponzoñar con su veneno neo fascista, tiene mucho que ver con las razones que llevaron a aquellas trece jóvenes a perder la vida brutalmente en la madrugada del 5 de agosto de 1939, acribilladas contra la tapia del madrileño cementerio de La Almudena. Con el motivo por el que las asesinaron, como lo hicieron con decenas de miles de españoles a la largo y ancho de nuestra entonces arrasada geografía. Con la ignominia de toda aquella matanza, más difícil aun de explicar -si es que puede explicarse de alguna manera la violencia- acabada como estaba ya la guerra. 

Con todos sus defectos -pocos o muchos, según preguntes a tu izquierda o a tu derecha- la II República fue un hito en la historia de España, porque por primera vez en el Gobierno del Estado no había miembros de las oligarquías, ni curia, ni generales, ni ninguno de sus representantes políticos -excepto en el Bienio Negro, que volvieron los de siempre, aunque lucieran otras fachas-. 

Es sabido, pese a que ahora quiera nublarse la memoria, que las urnas del 14 de abril les pasaron por encima al poder secular y a la monarquía y que mientras ésta ponía pies en polvorosa, por si acaso, al gobierno llegaron los intelectuales, de la mano de los potentes movimientos obreros y proclamaron un nuevo orden de manera incruenta, pacífica y hasta fiestera. Tanto es así, que más que un nuevo régimen de gobierno, parecía un sueño.

Y claro, aquella generación que se atrevió a desafiar al poder secular y a proclamar libertad y derechos universales por primera vez en toda nuestra atribulada historia, tenía que pagarlo caro.

Tras el consabido Golpe de Estado, Franco sabía muy bien que no bastaba con ganar la guerra para perpetuarse cómodamente en su sueño de poder absoluto. Sabía que bastaría con que quedara con vida uno solo de aquellos corazones que habían latido libres y emancipados, para que la semilla de esa libertad conquistada germinara ya para siempre en el solar patrio. Y no podía consentirlo. 

Por eso asesinaron a las Trece Rosas, terminada ya la guerra. Porque había que liquidar a todos los portadores del germen de la libertad. Por eso exterminaron a decenas de miles de personas cuando ya no había contienda. Por eso el holocausto español.

Creo sinceramente que todos los españoles y españolas que hoy disfrutamos de este sistema de libertades del 78, independientemente de la ideología que profesemos, independientemente del partido al que votemos, les debemos algo a Las Trece Rosas. Como se lo debemos a todos los miles y miles de españoles y españolas exterminados después de la guerra por la cruel represión de los golpistas.

Por eso ahora que algún que otro revisionista -o bastardo, que diría Eisenhower- calumnia a todas aquellas personas que pagaron con su vida o con su libertad o con el exilio, su tentativa de hacer un país libre y democrático, deberíamos tener en cuenta que lo hacen porque en el fondo, Franco fracasó.

Porque ni los disparos de aquella aciaga madrugada de agosto de 1939 contra la tapia de La Almudena, ni todos los disparos de muchas otras madrugadas y de tantas otras tapias; ni toda aquella represión, ni todo aquel odio, pudo jamás erradicar de los corazones de las y los fusilados, la semilla de la emancipación.

Porque la sangre de los mártires germinó en la tierra de los enterramientos furtivos. En las solitarias cunetas. En las fosas comunes de los camposantos. En todas partes donde se derramó la roja simiente de los inocentes. Y de esa simiente crecieron otras generaciones de corazones que ya nunca se conformaron, que lucharon y resistieron y que consiguieron lo que hoy tenemos. Lo que estos neofascistas -o bastardos, que diría Eisenhower- nos quieren quitar.

Por eso las calumnian, porque no soportan que su recuerdo siga vivo, que su nombre no se haya borrado de la historia, como Franco pretendía. Para que la opinión pública no pueda reconocer en sus nombres el heroísmo de su lucha, de su martirio, ni el eco de un pasado atroz y vergonzante, que nunca más se debe repetir.

Porque no basta con fusilar un corazón ardiente de idealismo para acallar su brillante latido. Hay que rematarlo una y otra vez con el tiro de gracia de la falsedad, de la calumnia. Manchar la memoria y el honor de aquellas heroínas del pueblo que se enfrentaron a la muerte con la entereza y la dignidad de la que carecen estos fascistas -bastardos, que diría Eisenhower-.

Así que ahora tú, que estas pensando a quien votar cuando haya que votar de nuevo, ten en cuenta que cada voto que obtengan, será una bala más con la que seguir acribillando la memoria de los mártires que dieron su vida por nosotros. Ten muy presente que cada voto será la munición con la que algún día dispararán a otros inocentes para volver a cambiar la historia de la única manera que saben hacerlo: a sangre y fuego. Piensa que si fuera por ellos simplemente no podrías votar, como no se pudo votar durante los cuarenta años que gobernaron a la fuerza sus abuelos. 

Ten muy presente que una vez que lleguen al poder, ya no van a querer abandonarlo, por mucho que tú te arrepientas después de haberles votado. Que te arrepentirás, cuando veas que no solo son no son la solución, sino que son el problema. El mismo problema de siempre. 

Quiso el caprichoso devenir, que años después de liberar moribundos supervivientes de los campos de la ignominia nazi, entre los que se contaban, por cierto, no pocos republicanos españoles, a Eisenhower, ya Presidente de los USA, le convino en plena Guerra Fría blanquear y rescatar al franquismo del merecido aislamiento internacional al que las democracias del mundo lo habían relegado, ganando así un socio estratégico para el Tío Sam en el sur de Europa.
Se les pudo ver al Mr. President -antiguo general libertador del nazismo- y al dictador -antiguo aliado de Hitler- fundidos en un indecente abrazo junto a la escalerilla del Air Force One que, afortunadamente, también quedó fotografiado y filmado para la historia.
Esos bastardos -que diría el General-.

A. Trigo

Publicado originalmente en Facebook el 8 de octubre de 2019

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